Para entender qué es la luz hay que aclarar que esa que vemos con nuestros ojos es solo una pequeña parte de la gran cantidad de radiación que se conoce como espectro electromagnético. Este espectro incluye –además de la luz visible– ondas de radio, microondas, infrarrojo, ultravioleta, rayos X y rayos gamma. La luz visible la interpretamos como los siete colores que conforman el arcoíris. Pero gracias a los avances tecnológicos tenemos instrumentos que nos permiten captar todas esas otras radiaciones que nuestros ojos no ven.
Con telescopios como el Hubble, por ejemplo, que este año cumplió 25 años de operación, hemos podido apreciar el universo invisible y estudiar toda la luz emitida por los objetos del cosmos, que ha viajado miles de millones de años hasta llegar a nuestro planeta.
Para ser concretos, los humanos somos prácticamente ciegos a la radiación. Si quisiéramos entender qué tanta captan nuestros ojos podríamos imaginamos que, si todo el espectro electromagnético abarcara una distancia de 4.000 kilómetros (más o menos la distancia entre Bogotá y Nueva York), nuestros ojos solo serían capaces de ver un par de centímetros en esa escala de comparación. Es decir, un porcentaje mínimo de todo el espectro.
Pese a esta ‘limitación’, nuestra visión evolucionó de forma que nuestros ojos se adaptaron para ver la parte de la radiación que más emite nuestro Sol: la luz visible.
Otra civilización extraterrestre, en algún planeta de otro sistema solar, con una estrella que la ilumine con otro tipo de radiación, probablemente vea su mundo de manera diferente. Quizás en el infrarrojo.
Una pregunta que siempre surge es cómo perciben la luz los animales. Sí, lo hacen de manera distinta a la nuestra. Los perros, por ejemplo, tienen solo dos tipos de receptores de color, a diferencia de los humanos que tenemos tres (los conos). Los diferentes pigmentos de los conos en nuestra retina nos permiten detectar el rojo, el verde y el azul.
Todos los colores que vemos se forman por combinaciones de las señales que llegan a nuestro cerebro de esos tres pigmentos. A diferencia de los humanos, un perro no puede percibir el color rojo. Las serpientes, por citar otro ejemplo, prácticamente no ven la luz visible, pero pueden ver el infrarrojo, mientras que las abejas pueden ver azul, amarillo y el ultravioleta.
La luz también lleva consigo información. De esa forma podemos saber de qué están hechas las estrellas y evidenciar la expansión del universo. Para ello los astrónomos usan una técnica conocida como espectroscopía, a través de la cual se puede estudiar la luz que se descompone en una especie de arcoíris (el espectro), no solo de colores, sino de todos los otros tipos de radiación invisibles a nuestros ojos. Los elementos que componen una estrella dejan una huella en el espectro del astro, lo que nos permite saber su composición sin necesidad de ir hasta allí y tomar una muestra de su material, cosa que sería imposible. Gran parte de lo que sabemos de las estrellas se lo debemos al estudio de la luz del Sol, en donde, entre otras cosas, se descubrió por primera vez el elemento helio.
Por último, está claro que para nosotros ver los objetos necesitamos que sean iluminados y puedan reflejar la luz que los hace visibles. Los objetos tienen un determinado color debido a que absorben ciertas porciones de la radiación que incide sobre ellos y reflejan otras. Las plantas, por ejemplo, son en su mayoría verdes debido a las moléculas que se encuentran en la clorofila, que por sus propiedades físicas reflejan el verde y absorben la mayor parte de los otros colores (los más azulados y rojizos).
SANTIAGO VARGAS
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